Friday, October 21, 2016

HOMENAJE A JULIANA GONZALEZ


Juliana González, un humanismo del siglo XXI

(Homenaje en el 80 aniversario)
10 octubre de 2016

Alberto Constante


El pensamiento contemporáneo nos reservó la sorpresa de un radical antihumanismo: Foucault ya alertaba sobre la muerte del hombre, equivalente preciso de la muerte de Dios anunciada por Nietzsche. Hoy, “el desierto crece…”.
Ese dios único muerto y los otros dioses huidos han hecho de nuestro mundo algo expectante y en cierta medida tremendo. La ausencia de los dioses se realiza como una indeterminada presencia en la que nuestra soledad se muestra como total, y nada nos salva. Este singular vacío no permanece tranquilo, más bien nos deja despojados, desprovistos: silencio dotado de palabra y aun de palabra esencial. Este nihilismo nos deja en una situación de desorientación que aparece una vez que fracasan las referencias tradicionales, o sea, los ideas y los valores que representaban la respuesta al “¿para qué?”, y que como tales iluminaban el actuar del hombre. 
La modernidad y el humanismo jugaron un papel muy importante en la conformación de lo que somos. La cultura representó, a qué dudarlo, la nobleza del espíritu, el orden de las aspiraciones más altas propias del alma humana, esencialmente atraída por la dimensión de la interioridad y la profundidad, es decir, por el estridente canto de la vida, con sus flagrantes contradicciones, por su rebosante, e insondable riqueza. La modernidad fue la fuerza que subyugó al mundo occidental con el mito del progreso, y el desarrollo inconmensurable de la economía, de la técnica. Sin duda, todo el pensamiento moderno, de Bacon a Habermas, es una exaltación del poder, un esfuerzo para hacer el mundo, concluirlo y dominarlo. En el llamado proyecto de la modernidad el hombre asoma como una gran potencia soberana, a la medida del universo y, merced al desarrollo de la ciencia, al conocimiento de los recursos desconocidos que están en él, capaz de hacer de todo y de hacer el todo.
Y no obstante, hoy nadie se puede llamar a engaño cuando sabemos que la instauración del hombre en el campo del saber, a la vez como sujeto y objeto de conocimiento, fue posible a partir de un modo específico de sujeción y de dominio, diría más bien que de borramiento de todo aquello que constituyó el esfuerzo de los maestros pensadores por cavilar acerca de lo que es el hombre. Que la instauración de su centralidad en el horizonte de comprensión de la famosa “humanitas” implicó un imperativo que abrumó el pensamiento desde lo profundo, bajo el signo de una moral, de una política y finalmente de una praxis, es decir, el imperativo de hacerse cargo del destino occidental y el compromiso de cumplir y consumar la tarea de funcionario de la historia fueron acaso las máximas con las que se recubrió el pensamiento y la praxis humanas.
A causa de este imperativo todo saber es a la vez conocimiento y alteración, cálculo y mutación del modo de ser de aquello que se conoce. En efecto, a partir de la disposición de la analítica de la finitud, todo el saber sobre el hombre busca como apuntó Foucault, “pensar lo impensado”, “tomar conciencia”, “elucidar lo silencioso”, “reanimar lo inerte”, pero igual, iluminar las zonas oscuras, dejar en claro que siempre estamos ante la luz de la razón e igual, constatar que somos dignos herederos del “sapere aude” kantiano.
En algún lado Foucault afirmó que el humanismo moderno, tal y como lo conocemos, está encadenado a la sociedad de disciplinarización y de normalización, e incluso diríamos nosotros con Byun Chul Han, a la “sociedad del cansancio”. Foucault escribiría tiempo después que “El humanismo es lo que ha inventado paso a paso estas soberanías sometidas que son: el alma (soberana sobre el cuerpo, sometida a Dios), la conciencia (soberana en el orden del juicio, sometida al orden de la verdad), el individuo (soberano titular de sus derechos, sometido a las leyes de la naturaleza o a las reglas de la sociedad), la libertad fundamental (interiormente soberana, exteriormente consentidora y “adaptada a su destino”)”.[1]
Ese “humanismo” que ha dominado el horizonte filosófico llegó a significar un antropocentrismo. Antropocentrismo que, paradójicamente, estaría sometido al dictum de Nietzsche: “Dios ha muerto”. Es un hecho que las derivas de la muerte de Dios fueron íntimamente ligadas al problema de la crisis del humanismo, dado que el humanismo con la pérdida de Dios "no puede ya resolverse en una apelación a un fundamento trascendente".[2] Las consecuencias las replicaba Nietzsche en tanto que, como escribió, una vez muerto Dios los valores entrarían en crisis y por lo tanto el humanismo se resquebrajaría.[3] Foucault, radical, escribió ante este espectro: “Es posible que la Antropología constituya la disposición fundamental que ha ordenado y conducido el pensamiento filosófico desde Kant hasta nosotros. Esta disposición es esencial ya que forma parte de nuestra historia; pero está en vías de disociarse ante nuestros ojos puesto que comenzamos a reconocer, a denunciar de un modo crítico, a la vez el olvido de la apertura que la hizo posible y el obstáculo testarudo que se opone obstinadamente a un pensamiento próximo”.[4]
Heidegger ha señalado que el humanismo es la concepción filosófica del hombre que explica y valora al ente en su totalidad desde el hombre y para el hombre. Aquí, el hombre coloca su vida como subjetividad en el centro de los entes y entonces el ente vale como ente sólo y en tanto refiere a una vida, es decir, como incitación del vivir y como vivencia. Así, “mundo como imagen”, “concepción del mundo”, “ideologías”, son una exclusividad del subjetivismo moderno. La subjetividad puede modularse entonces en múltiples formas: como yo, como tú, como ser racional, como nación, como pueblo, como dueño y señor del planeta. En el fondo todas estas nociones no son sino variaciones sobre un mismo tema: la subjetividad; incluso la lucha contra el individualismo, en favor del sentido comunitario que parte del supuesto de que el hombre como sujeto sigue siendo el fundamento y la meta de todo obrar. La subjetividad ha alcanzado su ápice en nuestro tiempo con el imperialismo planetario por el que el hombre, organizado técnicamente, se apresta a la organización uniforme de la tierra.
 “El humanismo está, hoy por hoy, en el centro de una profunda alteración o subversión de la cultura. En este siglo, desde la filosofía hasta el teatro, desde la música hasta la etnología, el humanismo ha sido puesto en cuestión. (El) ‘Humanismo’ no parece del todo ser el antídoto contra la cosificación del hombre, no aparece más como aquello que podría contrarrestar las lacras del progreso técnico, o compensar su unidimensionalidad, sino, muy por el contrario, el presupuesto y la condición de toda “deshumanización».[5]
Habría que recordar aquella meditación que Horkheimer llevó a cabo acerca de los "conceptos deshonrados", como “humanidad” y “humanismo”, nociones que habían dejado de ser pronunciadas porque fueron agotadas de contenido por la peor práctica del capitalismo que las hizo servir como tapadera durante siglos. Ante eso, Horkheimer se preguntaba: «¿Hay que abandonar el viejo humanismo, de raíz renacentista e ilustrada, por el hecho de que la palabra "humanismo" ha sido deshonrada? ¿No ha ocurrido eso mismo con todos los grandes conceptos de nuestra cultura? Más en general: ¿se puede todavía defender el humanismo después del Holocausto? Y no sólo del Holocausto sino del sinnúmero de guerras declaradas o no que se han sucedido ¿No será una mera ilusión o un juego perverso del lenguaje pensar todavía que existe algo así como la "humanidad" en la época de la deshumanización y de la inhumanidad generalizadas?»[6]
Estoy persuadido de que Juliana González como el filósofo de la escuela de Frankfurt haría un gesto de afirmación y de defensa porque ella es una mujer exageradamente moderna. Su obra cumple con creces los imperativos de la modernidad: está amparada bajo el signo de una moral, pero igual de una política y finalmente de una praxis. Su trabajo filosófico está ligado a una fe inquebrantable en el ser humano, a sus posibilidades, a la comprensión del desarrollo de su propio ser en la historia, a su capacidad de transformación, pero sobre todo, en su “dignidad”, “Y la dignidad ha de entenderse en sus dos sentidos principales: -nos dice Juliana González- el ontológico, que es como la conciben los renacentistas, particularmente Pico della Mirándola, es decir, como inherente al ser del hombre; y en el sentido ético, propio de la modernidad, en especial en su significación kantiana, donde la dignidad conlleva la nota esencial de la autonomía, así como de la condición de fin en sí mismo, nunca medio, que define al hombre”.[7]
En el siglo XXI, el respeto a la dignidad humana, la profunda creencia en la necesidad de preservar la diversidad cultural son elementos esenciales de este nuevo y viejo humanismo; ellos forman la urdimbre del sostenimiento de la comprensión humana en un mundo globalizado; diría que ellos son los componentes vitales de un humanismo renovado, descentrado, donde el respeto y dignidad no es sólo la del hombre sino de la vida toda. La Dra. González en Genoma humano ha asumido en su crítica a Sloterdijk que “el humanismo llega a su fin porque se reconoce su fracaso total y se otorga a la tecnología genética la empresa de domesticar al hombre”,[8] pero agrega con singular agudeza: “La cuestión entonces, es saber cuáles son los parámetros, los criterios éticos con los que habría de llevar a cabo el relevo”, porque la cuestión de resolver “genéticamente cuanto corresponde a la ética y al humanismo”, suprimiría “la naturaleza ética e histórica del hombre”.[9] No hay seducción de la genética al pensamiento, pues tácitamente Juliana González sabe que no sólo se eliminaría la humanidad misma del hombre sino que con ello estaríamos justo en el ápice del humanismo que ha producido el antihumanismo como un efecto de un organismo moralmente enfermo.
Juliana González sabe aquello que Lacan decía “Nos cuesta hacernos una idea de lo que sucedió cada vez que hubo una revisión del discurso sobre el hombre, porque lo propio de cada una de dichas revisiones siempre se amortigua con el transcurso del tiempo, se atenúa, de forma tal que hoy en día, y siempre fue así, la palabra humanismo es una bolsa donde silenciosamente se pudren, amontonados unos sobre otros, los cadáveres de esos sucesivos brotes de un punto de vista revolucionario sobre el hombre”.[10]
No se trata de acumular cadáveres, sino de una nueva comprensión de lo que es lo humano frente a una realidad que ha dejado de ser el Jardín de las delicias de un hombre conquistador y central, del sujeto fuerte y racional. Porque este papel siempre está ahí, decidiéndose si no se le ataja. Desde los tremendos desequilibrios ecológicos y las profundas cuestiones éticas que plantean las nuevas tecnologías digitales, biomédicas, genéticas, o las crisis económicas y políticas que establecen contradicciones planetarias todo está solicitando respuestas concertadas, dialogadas. Estamos frente al desafío de un nuevo humanismo que germina hoy y que debe asistirnos para los nuevos retos, las nuevas emergencias políticas, económicas y sociales sobre problemas que afectan al mundo entero.
Cuando escribo que Juliana González es exageradamente moderna me refiero a que en la obra de esta pensadora es preciso comprender su distintivo humanismo como una operación crítica que permanentemente está abriendo las puertas de la investigación ética, que acentúa su praxis moral y hace de ese eslabón la piedra de toque de su crítica, de eso que podríamos llamar el “descentramiento del hombre”, un desplazamiento que permite ver y actuar frente todo aquello que visibiliza al mundo todo. Efectivamente, para Juliana González no hay sujeto constituyente pero sí sujeto constituido, entre otras cosas, por prácticas de libertad que lo configuran en sujeto moral. De esta manera, Juliana trastorna el léxico consabido de la filosofía, al presentar la ética en clara contraposición a una particular forma de concebir ese humanismo que hace del hombre un sujeto trascendental y un autolegislador universal. En otros términos, nuestra pensadora perturba toda un estilo de pensamiento cuando sustenta que la crítica teórica y práctica de un humanismo viable es la condición de posibilidad de la formulación de una ética que no solo se ocupe del hombre sino de la vida en su totalidad. Se trata de un proyecto intrépido para objetar cualquier pensamiento que pretenda realizar una esquematización simple y superficial en donde “la realidad ética […] es obra del "esfuerzo" y la "lucha", del "empeño" y la "acción" constantes y voluntariamente asumidos”.[11] Puesto que, para nuestra filósofa “[…] la ética resulta inconcebible sin el "humanismo". No hay manera de separar la misión ética y la humanística; ese humanismo que precisamente en nuestro tiempo requiere una nueva y firme fundamentación”.[12]
Esta será una idea que se repita a lo largo de otras obras como El ethos, destino del hombre y El poder de Eros. Fundamentos y valores de ética y bioética. En estas obras Juliana vuelve a desplazar la posición del hombre pues lo que propone es la fundamentación humanista de la ética reconociendo en la tradición del humanismo una implícita ontología del hombre capaz de dar razón de su condición ética y axiológica. La ética de la que nos habla Juliana González no va más allá del humanismo sino que recoge lo mejor de éste, en la medida en que arranca de los peligros de una comprensión antropológica del mismo. En ese sentido, la ética es la superación de una vieja concepción del humanismo, y es esa apuesta la que recorre de un extremo al otro el pensamiento de nuestra filósofa. La búsqueda permanente de aquello que nos permitiría sobrepasar el límite de la negatividad radical.
Quiero aclarar que fue a partir de El héroe en el alma. Tres ensayos sobre Nietzsche que el pensamiento de Juliana González dio un viraje hacia la destitución del hombre como sujeto fuerte, central, dominador al entrar al fin de los grandes sistemas filosóficos que buscaban una comprensión totalizadora del mundo. Porque nada más claro que justo en su libro El poder de eros. Fundamentos y valores de ética y bioética, donde con enorme discreción critica el uso exclusivo de la razón, y considera que no hay explicación racional absoluta del mundo. Aquí Juliana González rechaza cualquier sistematización que trate de englobar una totalidad. En esto Juliana es como Baudrillard cuando escribió con singular agudeza que “El humanismo tradicional, es decir, el de la Ilustración, estaba basado en las cualidades del hombre, en sus dones y virtudes naturales: en su esencia, que iba a la par con su derecho de libertad y con el ejercicio de esa libertad. El humanismo contemporáneo, en su versión ampliada, está afiliado cada vez más a la conservación del individuo y de la humanidad como una entidad genéticamente definida. Cuando se consideran los Derechos del Hombre, ya no encontramos un ser moral o soberano, sino por el contrario las prerrogativas de una especie amenazada. Entonces estos derechos se tornan problemáticos, porque plantean la cuestión de los derechos de otras especies […] de la naturaleza misma... en contraste con los que la naturaleza humana tiene que definirse a sí misma”.[13]
Fundamentos y valores de ética y bioética; Genoma humano y dignidad humana son dos de sus obras fundamentales que pautan derivas de un humanismo de otro linaje. Una historia singular que a través de la bioética y de la genética en la que Juliana González ha escalado y actualizado nuevas líneas y diagramas creativos de otro humanismo, uno que permite la aparición del acontecimiento, que hace posible a su vez la capacidad de devenir uno mismo, de modo tal crea las condiciones necesarias para que se abra a la subjetividad propia la posibilidad de una relación dinámica con la otredad. Ningún rastro de personalismo o subjetivismo se halla en el pensamiento de Juliana González: “¿Tiene el hombre alguna excelencia, ‘superioridad’ o dignidad, que emane de la realidad biológica de su genoma? ¿Cuáles son las amenazas a la dignidad humana provenientes de la manipulación genética? ¿Hasta dónde llega ésta? ¿En qué razones filosóficas y ontológicas se fundamenta hoy la dignidad humana?”[14] Para ella, el otro y “lo otro” no son sino la “expresión de un mundo posible”. Tanto el yo como el otro no son más que estructuras móviles, rizomas actualizados y formalizados, el primero como subjetividad y el segundo como expresión de un mundo posible.
¿Qué entendemos entonces por humanismo en  la Dra. González? En el mismo sentido que Max Horkheimer hubiera escrito acerca de la palabra humanismo: “hay que distinguir entre la insatisfacción que produce el uso pervertido de la palabra y la tentación de rechazar el concepto "humanismo”,[15] hoy ya no se trata de la centralidad del hombre, ni de si es el sujeto fuerte o no, sino antes bien, de rescatar su “dignidad”. La filósofa ha escrito en De la materia a la vida y de la vida a la libertad: “¿Tiene aún el hombre alguna ‘grandeza’, algún motivo de orgullo y distinción en este planeta para el cual, día a día, él mismo  hace algo para su destrucción?”.[16] La pregunta atañe a la posibilidad de la vida toda, y en concreto a la del hombre, pero sobre todo, de su estar en el mundo en medio de un planeta asediado por múltiples fuerzas que se encaminan a su destrucción. La vida toda es ahora la preocupación profunda del humanismo creador y del quehacer de una humanista del siglo XXI: Juliana González.



[1] Michel Foucault, Microfísica del poder, Edición y traducción de Julia Varela y Fernando Alvarez-Uría, ed., cit., pp. 34-35.
[2] Vattimo, Gianni, El fin de la modernidad, Gedisa, Barcelona, p. 32.
[3] Vattimo, Gianni, El fin de la modernidad, Gedisa, Barcelona, p. 33.
[4] Michel Foucault, Las palabras y las cosas, Siglo XXI, trad. E. C. Frost, México, 1968. Citado en Sergio Espinosa Proa, El “humanismo” en el “fin de la modernidad”, en http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/espinosa.pdf visto por última vez el 25 de septiembre de 2016.
[5] Sergio Espinosa Proa, El “humanismo” en el “fin de la modernidad”, en http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/espinosa.pdf, visto por última vez el 25 de septiembre de 2016.
[6] Francisco Fernández Buey, “La ética en el siglo XX”, en http://ideasapiens.blogsmedia.com/filosofia.sxx/eticaypolitica/cursoeticafpolitica%20s.xx%20tema6.htm visto por última vez el 25 de septiembre de 2016.
[7] Juliana González, Genoma humano y dignidad humana, Ed., Anthropos/Fac., de Filosofía y Letras de la UNAM, México, 2005, p. 10.
[8] Juliana González, Genoma humano y dignidad humana, Ed., Anthropos/Fac., de Filosofía y Letras de la UNAM, México, 2005, p. 205.
[9] Ibídem, p. 206.
[10] Jacques Lacan, Seminario 2,  El yo en la teoría de Freud, p. 97.
[11] Juliana González, Ética y Libertad, p. 13, en http://media.wix.com/ugd/b8592c_37693aaf30024f1ea28c788ad5855d40.pdf visto por última vez el 1 de octubre de 2016.
[12] Ibídem, p. 30, http://media.wix.com/ugd/b8592c_37693aaf30024f1ea28c788ad5855d40.pdf visto por última vez el 1 de octubre de 2016.

[13] Jean Baudrillard, La ilusión vital, Traducido por Alberto Jiménez Rioja, Siglo XXI, Buenos Aires, 2002, passim.
[14] Juliana González, Genoma humano y dignidad humana, Ed., Anthropos/Fac., de Filosofía y Letras de la UNAM, México, 2005, p. 67.
[15] Francisco Fernández Buey, “La ética en el siglo XX”, en http://ideasapiens.blogsmedia.com/filosofia.sxx/eticaypolitica/cursoeticafpolitica%20s.xx%20tema6.htm visto por última vez el 25 de septiembre de 2016.


[16] Juliana González, De la materia a la vida y de la vida a la libertad, en http://media.wix.com/ugd/b8592c_f3793e088aad43ba9fc857cc19e9366a.pdf  visto por última vez el 1 de octubre de 2016

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