Monday, May 18, 2009
La literatura, la música
Hay personas muy absolutamente desagradables y estúpidas muy aficionadas a la literatura, y gente de corazón de pedernal para sus semejantes de carne y hueso que se conmueve hasta las lágrimas leyendo los padecimientos de personajes inventados, igual que hay canallas con una extrema sensibilidad para la música. Hay siempre algo de milagroso en la creación que está lejos de la miseria humana, de sus andanzas y que, al parecer nada tiene que ver con lo que son en la realidad. Me recuerdo de la obra de teatro Amadeus que escribiera Peter Shaffer, que fue llevada al cine con éxito de público y crítica por el director Milos Forman. Es decir el mito -sin ningún dato histórico- de la visión de un Salieri, nacido en Legnago, que fue un compositor de música sacra, clásica y ópera y un director de orquesta italiano talentoso que odiaba a Mozart por ser absolutamente genial, pero vulgar.
Desde luego que yo no creo que amara tanto los libros, ni la música si no estuviera convencido de que hay en los mejores de ellos y en las mejores creaciones musicales un poderoso elemento civilizador. La literatura, la de ficción y la otra, como la música (en general toda o casi toda la música) nos enseña la verdad doble y paradójica de que no hay experiencia que no sea única, y que al mismo tiempo no sea profundamente inteligible para casi cualquiera. Si yo me reconozco en el dolor de Héctor al separarse de su esposa y su hijo para morir a manos de Aquiles o en el placer absorto con que Mrs. Dalloway se deja llevar por la corriente callejera de Londres, si se me contagia la curiosidad de Darwin por un escarabajo y la del narrador de Marcel Proust por los invitados a una fiesta de la duquesa de Germantes; si me emociona hasta las lágrimas el Concierto para las mil voces de Malher, o me arroban los quintetos para cuerdas de Brahms ¿cómo me voy a creer que otro hombre es mi enemigo porque habla otro idioma o vive al otro lado de una frontera, o tiene otro color y otras costumbres? La literatura, la música, al crear una fraternidad íntima y anchurosa entre escritores y lectores, entre músicos y escuchas, prefiguran la necesaria fraternidad civil sin la cual no es habitable el mundo.
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