Monday, August 15, 2016

Una rara ignorancia

Paulina Rivero Weber, (Coord.), Nietzsche: el desafío del pensamiento, Ed., FCE, México, 2016.

Alberto Constante

“Tenemos aquí un libro, decía Klossowski, que dará cuenta de una rara ignorancia: ¿cómo ceñirse a hablar del “pensamiento de Nietzsche” sin señalar en ningún momento lo que ha sido dicho al respecto?”.[1] Retomo estas palabras, porque creo que ellas hablan de nuestra propia experiencia al leer Nietzsche: el desafío del pensamiento, coordinado por Paulina Rivero. No nos queda duda, “[…] lo que este libro muestra no es sólo eso (pretender hablar del mundo desde Nietzsche), sino cómo al hacerlo surgen originales soluciones a problemas actuales”.[2] como escribe Paulina Rivero en su prólogo.
Al abrir las páginas de este libro lo que sale a la luz es su radical novedad. Su compleja textura, su tejido asombroso, la trama de la que se anudan cada uno de los ensayos aquí vertidos, suscita la reflexión, el sorpresa, la duda, nuestro escepticismo, una perplejidad ante los temas variopintos realmente desafiantes porque ellos nos presentan a un Nietzsche en el que “el pensamiento lúcido, el delirio y el complot forman un todo indisoluble”.[3] Es cierto, tenemos aquí a un Nietzsche visionario respecto de la concepción de la animalidad, de nuestro ser depredador y en el que ahora se advierte la alteridad no ya desde la mismidad ni de la semejanza, sino desde ese devenir en el que nos descubrimos en la desapropiación de sí, para vernos como eso que somos en tanto que animales.[4]

Pero igual cuando nos preguntamos en este momento si es posible la figura del filósofo, la respuesta se nos viene de inmediato, como una avalancha, como el filósofo del futuro, es decir, “hombres experimentos”, “aquellos para los que la filosofía y el pensamiento deben ser un ‘testimonio determinante acerca de quién es él, esto es, en qué orden jerárquico se disponen los instintos más íntimos de su naturaleza’ y para los que el conocimiento ‘es un mundo de peligros y victorias en el que también los sentimientos heroicos tienen sus tarimas para el baile y sus palabras para la lucha […]’.”[5]
Santiago Guervos destaca con ello a un pensador que se autointerpreta, y en el que “su filosofía es la confesión de sí mismo, la experiencia de su pensamiento, el experimento supremo de su propia vida”.[6] Algo que me recuerda a Kierkegaard para quien habría que creas pasiones, al menos una por la cual vivir o morir. Estos dos temas son desafiantes, nos incomodan, por su denuedo al hablar de coherencia, y de nuestra racionalidad puesta en cuestión. Este libro va contra todos los códigos establecidos de interpretación hechos sobre y contra Nietzsche. Y digo esto porque creo que en el título mismo, radica la fuerza del libro: desafío. Uno no va a leer el tradicional Nietzsche deleuziano, ni tampoco el de Fink, o el de Ross, ni al de Colli o Safranski, por decir los menos.
Hay algo que marca todo nuestro quehacer contemporáneo y es esa andanada semántica nietzscheana del “Dios ha muerto”. En La Gaya ciencia, más exactamente, en el fragmento 125, Nietzsche decía que la muerte de Dios era la gran experiencia del vacío. No estaba equivocado. Si pensamos que nuestra cultura está bañada de todas las quimeras de los nuevos humanismos, de todas las “facilidades” de una antropología, entendida ésta como reflexión general, medio positiva, medio filosófica, sobre el hombre, reconforta y tranquiliza pensarlo entonces desde la llamada “muerte de Dios”, es decir, desde el instante mismo en que Dios pasa a segundo término y nos quedamos con su sombra, la verdadera batalla, el reino de la disciplinarización y del escamoteo al mundo de su estatuto fundamental de “mero accidente”.
Y ése es el punto nodal, porque la lucha por la secularización, es decir, el trabajo por hacer inquebrantable el espacio de mundo para negarle lugar a Dios o a los dioses no termina; todos sabemos que es el tiempo de la ciencia; es la puesta en cuestión del orden del ser; es el periodo del desarrollo de la burguesía; el espacio de la retirada, de la despedida. Por eso el nuevo mito: la idea de construir lo sagrado en medio de la despedida de Dios y de la fortificación del progreso, de la emancipación. Sin embargo, en rigor, como Nietzsche quería, sólo nos queda la época del no-lugar. Nadie quiere aceptarlo, preferible vivir bajo el amparo de la sombra de Dios que vivir en sus consecuencias.
Cómo comprender que hoy es el lapso de la retirada, del quiebre del progreso que es la conjugación del futuro como lo veía Condorcet. Es el momento en que los efectos vanos de la Revolución francesa (o como se la ha llamado también: el tiempo de la esperanza trunca) tiene que brillar. Pero sobre todo, es el instante del encuentro entre Dionisos y el Crucificado: el nihilismo, leído desde la clave hermenéutica como nos propone Remedios Ávila Crespo, es decir, “una lectura del nihilismo en clave simbólica, con la doble valencia que tiene el símbolo en Ricoeur: como algo susceptible de crítica, pero también de reconocimiento, de sospecha y de escucha, de deconstrucción y de reconstrucción”.[7]
Nietzsche a cada momento sólo quiso radicalizar la idea del crepúsculo de Dios y el de nuestra básica orfandad. Porque frente a la infinitud del mundo lo que se asoma es el abismo, el dolor, la angustia, la experiencia de misma del desamparo. La metáfora de la muerte de Dios trae consigo un infinito sin confines que exige hoy una compensación; hay una inquietud de vacío, de la falla, de la fisura, en un mundo que no es el de Ptolomeo. La paradoja es que en medio de este sistema de códigos fundamentales que producen una cultura, esto es, un mundo ordenado, un mundo delimitado, racional, con sentido, la sensación es de quebranto. Sin duda Nietzsche no es el que produce este nihilismo, sino que lo advierte, y por ello su escritura da que pensar. Remedios Ávila se arriesga a pensar en la nada y en el nihilismo como contraparte de ese vacío radical, del sinsentido, en una posición en la que más bien “todo está por hacer” y por ello no interpreta al nihilismo “como una invitación a la desesperación”, “sino una llamada a la acción y al compromiso por medio de la acción”.[8]
            En el ensayo de Sánchez Meca nos encontramos con una categoría familiar en la filosofía de Nietzsche: el cuerpo, tema tan vigente desde finales del siglo XX, aunque podríamos decir que fue Husserl quien se ocupó de él y luego le siguieron los fenómenologos, como Merleau Ponty y Michel Henry, pero el cuerpo en Nietzsche ha sido sin duda uno de los temas menos comprometidos en la innumerables interpretaciones. Santiago Guervós ya ha hablado del cuerpo en Nietzsche como fundamento fisiológico de su filosofía, y Sánchez Meca como “la única expresión de la vida”, de “aquella realidad de la que nosotros podemos tener cierto tipo de experiencia directa”.[9] Es decir, tomar contacto con nosotros mismos, con el sentimiento de nosotros mismos como vida encarnada, como dice Sánchez Meca, “la autoafección en nuestro cuerpo de la vida orgánica o la experiencia que la vida hace de sí misma desde nuestro interior sintiéndose como automovimiento”.[10]
            Poco que agregar al lúcido ensayo de Andrea Díaz Genis donde toca la visión nietzscheana del eterno retorno. Difícil de comprender si no estamos adentrados en los niveles de profundidad de la escritura y del pensamiento nietzscheano. Andrea parte del aforismo 341, titulado “El peso más abrumador”. El análisis no tiene desperdicio y nos lleva incluso a una posición difícil de no sostener cuando escribe: “El ser humano tiene derecho a anticipar su muerte natural cunado ya no soporta su vida…”. La consecuencia de la lectura del aforismo 341, leído con perspicacia, es justo la posibilidad de lo que Díaz Genis nombra como “automuerte”.
            Me es imposible reseguir el orden de los textos, hablar de todos ellos, lo que he dicho ha sido a vuelo de pájaro, una primera inmersión, un primer viaje, solo algunas consideraciones más. Es cierto lo que dice Foucault acerca de que con Nietzsche tenemos el primer esfuerzo por desenraizar el pensamiento de la antropología, por despertar al pensamiento de su sueño antropológico. Nietzsche ha encontrado el punto en el que el hombre y Dios se pertenecen mutuamente, en el que la muerte del segundo es sinónimo de la desaparición del primero, y en el que la promesa del superhombre significa en primer lugar y ante todo la inminencia de la muerte del hombre, como quería Foucault, esta es una de las ideas que atraviesan a casi todos los ensayos aquí reunidos.
            En estos lances la modernidad asoma sus divisas, sus jeroglíficos que tienen que ser dilucidados: la modernidad es la forma invisible de lo que, en el fondo del mundo, hace que las cosas sean visibles; sin embargo, para que esta forma salga a su vez a la luz, es necesaria una figura visible que la saque de su profunda invisibilidad. Por eso el rostro del mundo está cubierto de señas y signos que nos hablan de esa muerte radical que hace que se abra el tiempo de la secularización, el tiempo de la fragmentación. Luego de la Muerte de Dios únicamente nos queda aquella enunciación del Sofista de Platón que decía que la verdad sólo es un conflicto de interpretaciones y ella depende de la necesidad y de las circunstancias en las que se da en una sociedad (muy a contrapelo, por otro lado, de lo que defendió siempre el mismo filósofo como “omoiosis”). Que no nos quede duda alguna, la verdad está en la Retórica, más en la construcción del discurso. El giro que se opera con la retórica nos hace ver que ella podía haber tomado cualquiera de los dos caminos, pero el lugar de la verdad es el conflicto, la invención, por eso en la interpretación histórica la verdad no es más que la invención de la verdad que se juega en la historia misma. Para Foucault, nietzscheano de prosapia, la verdad si bien ha sido registrada como adaecuatio, como concordancia, etc., esto es relevante si, y sólo sí se comprende que estas formas de la verdad sólo adquieren un estatuto a partir del proyecto de la modernidad, un plan, un proyecto, una forma de ver y vivir el mundo.
En Las palabras y las cosas, una arqueología de las ciencias humanas, libro por demás paradigmático y nietzscheano, Foucault advierte que es ahí donde se produce una forma de subjetividad y con ella una forma otra de la verdad y que surge y se promueve a partir de la elaboración de una discursividad que irrumpe en el seno de un momento histórico que se ha denominado como modernidad y que queda ilustrado en el mismo libro, por el ejemplo de la novela de Cervantes, El Quijote. Sin entrar en mayores detalles, diría que es aquí donde el individuo se toma y se sustenta, mediante el gesto soberano cartesiano, como sujeto. La transformación que se lleva a cabo de hombre a sujeto, es un vuelco, una plataforma desde la cual nace eso que constituye nuestro propio rostro.
Pareciera que la razón humana ha triunfado, que las verdades que logra captar la razón son el leimotiv de la ciencia. No hay nada más inamovible que ese sujeto capacitado para reconocerse de manera  individual, como individuo, y entonces o desde entonces, se vuelve idóneo para reflexionar sobre su condición natural, histórica y performativa; en otros términos, reflexiona sobre los horizontes biológicos, ontológicos y lingüísticos, tal y como nos los hace ver Nietzsche. Ya no hablamos del hombre de carne y hueso, ya no es el  ser humano convertido en objeto de estudio, sino más bien hablamos de la certeza, de ese estado indubitable que permite el conocimiento, la ciencia, el saber o la verdad. Este sujeto es el individuo que se objetiva discursivamente, es el sujeto que habla de sí por medio de discursos (decires) producidos a partir y con base en el período en que vive (trabaja y habla) y que se reconoce como parte de esta época. Para hacerse sujeto el individuo requirió entonces concebir su tiempo y su lugar, escudriñó la manera de comprender su propia naturaleza y expresar (hablar) de su vida y de sus acciones como ser viviente (su praxis). El reconocimiento de sí y la búsqueda y acceso a sí mismo (a verdades sobre sí) se convierten en elementos fundamentales para la existencia de lo que se pasó a llamarse sujeto. Las verdades sobre sí que busca revelarían su esencia. Una naturaleza que no se identifica con la creación o el libre albedrío concedido por Dios (porque Dios se ha hecho obsoleto), sino a una racionalidad natural y positiva, enunciada y fundamentada en los discursos de las ciencias humanas. Estas ciencias hacen parte del proceso de subjetivación (producción de sí) del sujeto moderno, a la vez que lo sujetan (subordinan) a las verdades que encuentran y sostienen.  Sin embargo, por el camino contrario, las ciencias humanas que aparecen en la modernidad y que enuncian sus saberes acerca de lo humano (la sociedad, la economía, la psyché, etc.) tienen al propio ser-humano como umbral, como esa capacidad humana de conocer que establece el límite para los contenidos positivos que las ciencias humanas enuncian. La respuesta a esa modernidad discursiva es Nietzsche como podemos ver en cada uno de los ensayos que forman este libro.

II
Quizá dar vueltas en filosofía no sea tan inoportuno como en la vida del progreso y por esta razón podremos ir girando incansablemente las mismas preguntas como la primera vez que Tales se preguntó por aquello que da unidad y consistencia ontológica a todo lo que existe para acercarnos, como en círculos concéntricos, al punto de nuestro debate. Hay un ensayo que justo está al final del texto que me gusta mucho, y es sobre la música de Nietzsche. Paulina Rivero ya había escrito sobre este tema y junto con su hermano, que es músico, publicaron una obra excepcional que abarcaba las partituras de la música de Nietzsche; un estudio profundo sobre esta trama, y la interpretación de la misma, excepcional. Desde luego que tengo que reconocer, como decía Trías,[11] que hay conexiones entre las distintas culturas musicales como en la música teorizada por Platón y en los octoechos del canto gregoriano, así como en las escalas del temperamento igual que se da a partir del Barroco y del Clasicismo hasta el encuentro con la música de Nietzsche. Lo curioso del caso es que el filósofo siempre ha sido renuente a pensar en este ámbito del ser humano que toca todas las aristas de su trama significativa, siempre ha evadido o tratado por encima. Salvo Schopenhauer, Adorno y muy contemporáneamente Eugenio Trías, claro, sin olvidar en la antigüedad a Platón, son escasas las referencias a ese mundo excepcional de la música.
Recuerdo que fue hace mucho tiempo cuando escuché esa música, Sánchez Pascual, el traductor español de Nietzsche, en una clase de Victoria Camps había llevado algunas interpretaciones de la música de Nietzsche. Mi asombro fue mayúsculo, mi sorpresa me arrojó de cara al conflicto entre Wagner y Nietzsche. Por un tiempo tuve la sensación de haber entrado a un pasadizo secreto de la filosofía, una nota marginal, una excepción, leí “La canción de medianoche”, así como El nacimiento de la tragedia en su juego de lo dionisiaco y apolíneo, y “Las tres metamorfosis del espíritu” de Así habló Zaratustra y “La canción de la medianoche”; hay una gnosis musical que no supe leer en ese tiempo en esos textos de Nietzsche; diría que no tuve los recursos para poder reseguir en mis pesquisas. Ellas se quedaron en los puntos suspensivos de tantas cosas… No supe más. Fue un instante en el que pude descubrir a un Nietzsche sensible, tremendamente sensible a la música, de hecho, un músico. Tuvieron que pasar más de 30 años para que Paulina Rivero nos regalara ese trabajo y con ello mi memoria de aquellos años felices, y renovara mi asombro otra y otra vez por Nietzsche.
Confieso que siempre he sido un principiante en la música, confieso igual que aquella primera vez que escuché la música de Nietzsche en una extinta grabadora, con pésima acústica, no me gustó como músico, pero también confieso que el trabajo de Paulina y el de su hermano me reconciliaron con Nietzsche. Al leer este texto quedo persuadido de que “[…] su musicalidad viene de muy lejos, de mucho más lejos que su encuentro con Wagner, y llega muhco más allá de su propia vida lúcida. Él nación en un ambiente musical y vivió su primera infancia inmerso en la música litúrgica luterana, como resultará luego evidente en gran parte de sus composiciones […]. Nietzsche vivió inmerso en la música, y por tanto ésta no puede reducirse a un capítulo o a una mera aspiración en su vida: más bien, su vida podría contarse como una serie de capítulos musicales”[12] Hoy, este texto no desmerece en nada al anterior, nos cobijan anécdotas, pequeñas historias, y una suerte de hermenéutica del stimmung en Nietzsche, pero quizá lo que más me desafía en este texto es encontrarme con un Nietzsche creyente, un Nietzsche religioso, uno que, como bien señala Paulina, “Debemos recordar que un pensador que ha repetido con tal insistencia “Dios ha muerto” –no “Dios no existe”, sino “Dios ha muerto”- debiera ser tomado como un pensador de cuño religioso”.[13]
            ¿Qué se abre en estos ensayos, qué se extrae o que descubrimos? ¿Un intento de revelar esa otra voz de Nietzsche, su locura, el alma dionisiaca, su eterna disertación sobre el lenguaje, su despiadada crítica a la modernidad, su recurrencia al mundo griego, al arte, al cuerpo, a la tragedia y a su comprensión que nos ilumina acerca de la belleza, su música? Es cierto lo que dice Colli: “Nietzsche no necesita intérpretes, él mismo ha hablado suficientemente de sí mismo y de sus ideas”:[14] “Sólo hay que prestar atención, sin intermediarios. Para ello la primera condición es que se le pueda comprender, obviamente, pero sin menospreciar la condición posterior -en tanto que su discurso es muchas veces esotérico-, o sea que se le quiera entender”.[15] Y sin embargo, estos textos son realmente un desafío para el pensamiento, un volver a Nietzsche y buscar ahí, entre las comas y puntos, “originales soluciones a problemas actuales”.





Notas


[1] Pierre Klossowski, Nietzsche y el círculo vicioso, Ed. Altamira, Col. Caronte Filosofía, La Plata, 1995, p. 7
[2] Paulina Rivero Weber, (Coord.), Nietzsche: el desafío del pensamiento, Ed., FCE, México, 2016, p. 9
[3] Pierre Klosswski, Nietzsche y el círculo vicioso, Ed. Altamira, Col. Caronte Filosofía, La Plata, 1995, p. 8.
[4] Cfr., Mónica B. Cragnolini, “Extraños devenires: una indagación en torno a la problemática de la animalidad en la filosofía nietzscheana”, en Paulina Rivero Weber, (Coord.), Nietzsche: el desafío del pensamiento, Ed. Cit., p. 30
[5] Luis Enrique de Santiago Guervós, “La filosofía experimental en el pensamiento de Friedrich Nietzsche: la autointerpretación del filósofo en su obra”, en Paulina Rivero Weber, Op. cit., p. 33.
[6] Luis Enrique de Santiago Guervós, “La filosofía experimental en el pensamiento de Friedrich Nietzsche: la autointerpretación del filósofo en su obra”, en Paulina Rivero Weber, Op. cit., p. 38.
[7] Remedios Ávila Crespo, La ambivalente experiencia de la nada metafísica y nihilismo en Nietzsche, en Paulina Rivero Weber, Op. cit., p. 55.
[8] Ibídem, p. 74.
[9] Diego Sánchez Meca, “La crítica de Nietzsche a la ciencia moderna”, en Paulina Rivero Weber, Op. cit., p. 75.
[10] Ídem.
[11] Eugenio Trías, El canto de las sirenas. Argumentos musicales, Ed. Galaxia de Gutenberg, Círculo de Lectores, Barcelona, 2007, pp. 17-25.
[12] Paulina Rivero Weber, “Música, religiosidad y filosofía en Friedrich Nietzsche”, en Op. cit., p. 175.
[13] Ibídem., p. 177.
[14] Narcís Aragay Tusell, Origen y decadencia del logos. Giorgi Colli y la afirmación del pensamiento trágico, Barcelona, Anthropos, 1993, pp. 31-32.
[15] Citado en Narcís Aragay, op. cit., p. 32.
RESEÑA


MARÍA CRISTINA RÍOS ESPINOSA, (COORD), ESTÉTICA DE LAS IMÁGENES Y SUS REPRESENTACIONES SOCIALES, Asociación Mexicana de Estudios en Estética, Cuadernos AMEST 3, Bonilla Artiga editores, México, 2015.


CAMINOS DE LA ESTÉTICA

ALBERTO CONSTANTE


Didi-Huberman hace tiempo señaló que “[…] cada época realiza solamente las profecías de las cuales es capaz -como cada obra hace de su “espacio sombrío” un campo de posibilidades siempre “sujeto a transformaciones”,   y no le faltaba razón. Cuando empecé a leer el ensayo de Ana María Martínez de la Escalera, “El museo, la historia y la ruina: un ejercicio de oficio benjaminiano”, pensé en aquella reticencia que Valéry tenía no sólo por la historia sino también, y muy particularmente, por los museos.

Valéry descreía de aquello que Malraux llamaba “santuarios”, inequívocamente en donde Malraux ponía el acento para denominarlos de esa forma, Valéry sólo se encontraba con soledades encerradas que participan, decía, “de la naturaleza del templo y del salón, la escuela y el cementerio: en esas casas de la incoherencia no parecía percibir sino la invención desdichada de una civilización un poco bárbara, un poco fuera de razón, e incluso su desaprobación era ligera, no insistía”.

Sin duda, el museo ayuda a la contestación que anima a toda cultura, pero lo que señala esta ensayo, me parece de una claridad pasmosa cuando escribe que: […] el museo moderno no solo guarda o conserva en un mismo lugar, administra las reglas y procedimientos anteriores; ahora el museo de adueña del objeto en tanto objeto abstraído, producto desprendido de sus condiciones de producción y de los valores y significados de su nacimiento para ubicarlo frente a una mirada que poco a poco debe optar por especializarse o permanecer en la indigencia de lo común según su modalidad de apropiación”.

Blanchot ya nos había advertido sobre la pobreza de la obra de arte en el museo, pues justo cuando un retrato de un personaje cualquiera, digamos el retrato de Dirck Pesser de Rembrandt, que es un cuadro familiar, cuando ese retrato entra al Museo es justo a la vida a la que renuncia, es de ella de quien decide separarse, ese cuadro, como todas las obras entran al territorio de lo artificial, donde nos encontramos un mundo muerto, porque la muerte está allí, ese es el lugar que, como dice Ana María, “El museo moderno es un aparato de colonización del campo de producción de sentido y de la jerarquización de figuras (experto/público en general) de las relaciones sociales […].  Sin duda, el museo abstraerá todo aquello que otorgaba sentido y valor a las cosas que en él se exhiben pues son reubicadas en el imaginario civilizatorio de Europa, luego devendrá lo pintoresco, más tarde lo turístico, “pero jamás un museo de la memoria o de la tradición de los oprimidos a la que Benjamin dio un lugar principalísimo para el porvenir de la justicia”

Tiene  razón Martínez de la Escalera, cuando señala que el museo “En tanto institución que norma y normaliza la percepción”, tiene un “impacto regulador sobre el mundo del arte y la cultura…”.  De entre todo lo que hay que recuperar, según Ana María Martínez de la Escalera es “el índice histórico que es la marca que sobre los productos humanos deja la fetichización y sus mitologías […] es lo que al reingresar al mundo de lo perceptible desestabiliza su orden de valores; […] es la crítica y el futuro trabajando sobre el tiempo.”   ¿Qué le queda al museo?

Todo esto no tiene otra intención más que la de llegar al corazón del análisis de Martínez de la Escalera y que tiene que ver con eso que escribe justo hacia el final del texto: “El museo contemporáneo sólo quiere mostrar lo que el moderno enjuiciaba. Curiosamente muestra cómo la teoría se puede volver un objeto de admiración, y ante todo de intercambio. Ya no es la obra de arte la mercancía sino el discurso sobre las artes […] El museo contemporáneo, dice Ana María Martínez, es la alegoría de la técnica: todas sus metáforas se dan cita en un mismo lugar, se apretujan, combaten y compiten entre ellas sin orden ni concierto más allá del principio al que responden: ser visibles, exhibirse en sus afeites o desnudez, pero sobre todo dejarse ver […]”.  Porque el museo seguirá siendo “una vía de acceso crítica para interrogar a la historia, al arte y a la filosofía que hoy se dice estética, o sea, preocupada por la percepción y su inscripción política”.

En cuanto al ensayo de Katya Mandoki, déjenme decirles que su lectura me entusiasmó. Pensé de inmediato en aquella máxima de Michelet que dice que “cada época sueña la siguiente” y que Benjamin retomó para precisar que sin esta prefiguración nada nuevo surge. Benjamin ya había señalado que “la imaginación desborda por todos lados los límites del arte”, y en ese sentido, es comprensible que se perciba la necesidad de la ampliación de la historia a nuevos modelos de temporalidad: modelos capaces de hacer justicia a los anacronismos de la misma memoria, como los que el propio Benjamin hubo de señalar como “teorías del inconsciente del tiempo”, o del “fenómeno profético” e incluso apelar a una cierta “antropología de la imagen” para comprender esos “desbordamientos”. Y justo eso es lo que leo en el ensayo de Katya Mandoki, un intento de rasgar esa historia lineal, progresiva e injusta de Occidente para explicar, mediante el concepto maorí de “hau” y su relación con el de “aura” bejaminiana, “las formas de hacer frente al exceso material de producción en una comunidad o sociedad: la acumulación, destrucción, distribución y disipación”.  El caso que nos ocupa, es el de la disipación, más precisamente, la de sus ceremonias que son una forma de exhibición pública en su dimensión estética como en el potlatch  y mayordomía. Donde se da la dilapidación de los bienes y que está por encima de la escasez de recursos el gasto y circulación de bienes, además de una reciprocidad obligatoria.

El ensayo se trasluce en sus páginas la escritura benjaminiana, me recuerda aquello que el filósofo escribió acercar de tomar la historia “a contrapelo” es decir, en invertir el punto de vista. La comprensión del pasado ahora se destaca por entender de qué manera el pasado llega al historiador, y cómo llega a encontrarlo en su presente, entendido como presente reminiscente. Diría, si se me apura, que Katya Mandoki recurre al modelo dialéctico, dado por Benjamin, como la posibilidad de escapar al modelo de hierro del “pasado fijo”. El ensayo “Estética de la disipación”, me parece que está envuelto en esas dos palabras alemanas cuyas significaciones conjugan, no por azar, movimientos de doble régimen: Einfall nos señala que la historia (como objeto de la disciplina) no es un algo fijo como tampoco un proceso continuo. Umschlag, nos trae a la memoria que la historia (como disciplina) no es un saber anquilosado e inamovible, y ni siquiera un discurso explicativo causal. Este análisis del hau y el aura es lo que nos muestra.

La inclusión del hau en el análisis de la obra de arte y su comparación con el aura bejaminiana, nos induce a comprender cómo es que el poder del hau o “el espíritu de las cosas”, “retiene parte del alma de su hacedor y ser destructivo si no se reconoce”,  al igual que en el aura se intenta captar la autenticidad de la obra de arte, es decir, su alma. Habría que recordar que en este concepto confluyen dos instancias que envuelven el pensamiento de Benjamin. Por un lado su materialismo socialista y por otro su religiosidad. La cercanía con el hau es entonces asombrosa, como nos lo hace ver Katya Mandoki.

Y no obstante, ambos conceptos, son atravesados por eso que Marx llamó el proceso de fetichización en donde lo que se trata es “borrar el trabajo del productor en la fabricación industrial del objeto, es decir, toda huella de hau, lo que impide a los trabajadores reconocerse en el producto de su trabajo y a los compradores apreciarlo como tal.”  Y es aquí es donde se dan las coincidencias que las separan pues en ambas culturas, la disipación de los bienes tienen parecidos rituales, que consisten en la exhibición y la dilapidación aunque con sentidos distintos puesto que lo que se juega es la comprensión de lo social y de lo político, pues ésta se da en el límites entre lo necesario y lo excesivo.

A fin de cuentas, como señala la autora de este texto, en la matriz artística hay una gran coincidencia, pero justo ahí se produce la diferencia: la conservación o pérdida del hau y del “aura” se produce por vías que chocan entre sí: mientras que el hau en las culturas en donde se produce resulta indecente acumular, “y se impone más bien la reciprocidad y circulación, el aura en las sociedades occidentales es un valor adquirible, cotizable, invertible con ganancias y exhibible a indiscreción”.  Las consecuencias podemos vislumbrarlas son alarmantes y nos recuerdan lo que señalamos al principio, del “movimiento a contrapelo”, esto es, comprender las lógicas que gestan epistemes: “La diferencia de fluxión (Acumulación patológica de líquido u otra sustancia en un órgano del cuerpo) del hau, dice Mandoki, (que obliga a la circulación) y el aura (a la acumulación) expresa asimismo una actitud opuesta en cada caso respecto a la relación entre individuo y comunidad: el hau integra el individuo al grupo y el aura lo distingue de él. Lo que es notable es el punto donde confluyen culturas tan disímiles: la transmutación de los bienes materiales en capital simbólico vía estética a través del ritual de disipar”.  No puedo extenderme más en los matices que se dan en el texto, me gustaría, porque es rico en ello, justo como el pensamiento que se atreve, el pensamiento “a contrapelo”, por eso sólo los invito a leerlo completo.

En el artículo de Armando Villegas, “Distancia y jerarquía: la discusión sobre la industria cultural en las experiencias contemporáneas”  se analizan las dos posiciones de los frankfurtianos, por un lado Benjamin, quien para Villegas concibe a la técnica con la capacidad de producir formas emancipatorias, y por el otro, Horkheimer y Adorno, que apuestan a formas de sujeción a la industria de la cultura,  posturas que a la luz de nuestro mundo, Villegas apuesta por una forma emergente de pensar el arte y la cultura.

Pero detengámonos un momento, Benjamin siempre escribió contrariamente de propios y extraños, y no nos es difícil determinar que la confrontación de unos contra otros esté ahí, puesta en juego. Desde 1928, ya Ernst Bloch calificaba el método benjaminiano como “montaje surrealista aplicado a la filosofía”. Un poco después, la malevolencia de Adorno y seguidores, como Rolf Tiedemann y Rainer Rochlítz, vieron en esta calificación “estética” una limitación mayor, incluso una aporía en lo que hace a la validez “científica” de la historia según Benjamin y qué decir de la distancia que Panofsky estableció frente al filósofo. Confinada a la oposición simplista entre lo “objetivo” y lo “subjetivo”, esta inferencia negativa deja escapar evidentemente lo esencial. La novedad de la historia benjaminiana consiste en la porosidad temporal, en virtud de la cual diferentes momentos históricos podían entrar en comunicación
 
Con estos antecedentes, es claro que lo que señala Villegas en su texto, que mientras se operaba “una oposición entre el optimismo benjaminiano (la liberación del arte por la técnica) y la crítica radical  de Adorno y Horkheimer (la sujeción de la experiencia a la industria cultural del capitalismo) […] esta discusión –sigue diciendo Villegas- planteó un callejón sin salida”.  Una en la que la industria cultural está sometida al capitalismo y todas las acciones que vayan en sentido distinto al proyectado, estarían condenadas al fracaso puesto que ese capitalismo las volvería mercancías. La otra, vista como la técnica y los medios de producción en tanto que “infraestructura en las sociedades capitalistas avanza mucho más rápido que la superestructura, es decir, las ideas, las filosofías, las ideologías”  y que justo por ello, tiene o puede lograr alcanzar un estatus emancipatorio (y Villegas señala que Internet puede ser vista así o que al menos en lo que señaló Benjamin podría alcanzar ese nivel) puesto que ahí, dice Villegas, “la técnica […] produce experiencias que destrozan las jerarquías de las instituciones y sus expertos y que democratizan el saber y las labores anteriormente dedicadas a los especialistas (el cine, por ejemplo, ha cambiado desde que cualquiera, incluso a través de un celular, puede realizar su propio filme)”.

Quizá hay una desmedida confianza en Internet y en sus expectativas, quizá no se ha analizado muchas de las aristas que conlleva la técnica y mucho menos la técnica enfocada al arte. Sólo por no dejar, habría que recordar que el origen de Internet fue militar y militar sigue siendo su uso. Pagamos toda la red, y sus redes sociales, con nuestros datos, y nuestra intimidad. Y la jerarquización como la democratización, están en el plano de un nuevo panóptico digital. Como quiera que sea, dice Villegas, los efectos de ambas posturas las podemos ver en la llamada posmodernidad que no ha tenido mayores efectos, tanto en Lyotard, como en Lipovetsky o en Vattimo, dentro de sus respectivas diferencias, en tanto que lo dicho ahí no es sino el reflejo de los análisis de Benjamin y los frankfurtianos. Lo que queda, nos dice Villegas, es la “singularidad de las experiencias”, es decir: “nunca general y nunca exenta de peligros, de exclusiones y de jerarquías de todo tipo. Sigue existiendo la emancipación, pero ella no es el vuelco completo de los valores de una comunidad, sino experiencias precarias  […] que ni siquiera conocemos y ni siquiera requieren ser legitimadas por nuestro sistema académico o por la historia”.

Por lo que respecta al último de los ensayos a los que dediqué atención, éste me llevó a acordarme de la “revolución copernicana” de la historia que habría consistido, para Benjamin, en pasar del punto de vista del pasado como hecho objetivo al del -pasado como hecho de memoria, es decir, como hecho en movimiento, hecho psíquico tanto como material. La novedad radical de esta concepción de la historia, es que ella no parte de los hechos pasados en sí mismos (una ilusión teórica), sino del movimiento que los recuerda y los construye en el saber presente del historiador. No hay historia sin teoría de la memoria: contra todo el historicismo de su tiempo, Benjamin no temió convocar los nuevos pensamientos de la memoria —los de Freud, los de Bergson, pero también los de Proust y de los surrealistas- dándoles el mismo lugar que a la epistemología histórica. Y me parece que es aquí donde se inscribe el ensayo de Darío González Gutiérrez: “De la intuición a la racionalidad en la imaginación artística”, que de alguna manera genera una suerte de estética de la recepción en donde lo que se pone en juego es la imaginación del receptor mismo y que, mediante ese hecho, se produzca una experiencia estética capaz de elevarlo por encima de las “limitaciones que le impone la vida en sociedad”.  El ejemplo que toma el autor es, sin duda, uno que siempre ha sido polémico, pero que, me parece ilustra perfectamente la tesis de que “ese tipo de experiencia adquiere características particulares en diferentes épocas, movimientos y artistas, pues siguen posturas más racionales o más intuitivas”, pues el readymade, nos dice, “reduce el potencial de la experiencia estética y la imaginación artística, para que el individuo desarrolle una vida más placentera ante la opresiva realidad social”.

De hecho, el autor, nos señala que su trabajo quiere estudiar “al proceso de la experiencia estética que va de la producción, poiesis, a la recepción, aisthesis, y a la identificación y liberación, catharsis. Y se explica su potencial para producir obras artísticas con propuestas de mundos mejores, utópicos, que ayudan al ser humano a enfrentarse a la dura realidad y le muestran alternativas de vida”.  La intención del autor, si no me equivoco, es analizar la confrontación que se da entre dos posturas que han definido la filosofía del arte, “una afín al platonismo ascético que da prioridad a la razón, y otra que prefiere el conocimiento intuitivo y sensible y cómo los movimientos artísticos han tomado una u otra posición, y que, al final esto ha repercutido en la función sublimadora de la experiencia estética y en su capacidad para hacer más humana la vida en sociedad.

La tesis no es baladí, pues apunta a que es la función sublimadora la única función capaz de poder llevar a cabo una sociedad más humana. Lo interesante del análisis radica en la puesta en juego de las tres categorías antedichas en donde la poiesis se manifiesta como la capacidad para transformar al principio de realidad: crear nuevos universos facilitando el desarrollo de vivencias. La áisthesis como el proceso de recepción de la obra que renueva la percepción de la realidad y mediante la intuición revela lo que estaba escondido al conocimiento conceptual; y la catarsis que desencadena el principio del placer que lleva a encontrar claves para el desarrollo de una vida alternativa. Por desgracias no podré entrar a analizar las funciones del principio de realidad, del placer, las pulsiones y la represión, así como la función de la imaginación, los límites de esta presentación me lo impiden, pero sí quiero poner el acento en la función dicotómica que lleva a cabo el autor, pues me sorprende pensar que la historia del arte, o las corrientes plásticas hayan estado subyugadas a los vaivenes de la elección de una u otra posición; donde el arte pareciera haberse sometido a ello, y que y que en modo alguno aparecen los “dispositivos de poder”, los marchands, la sociología del arte, los intercambios, o en última instancia, otras categorías como lo monstruoso, lo horrible, que entran a jugar en la concepción freudiana acerca de la sublimación. No estoy seguro, pero quizá esto se debe a mi propio desconocimiento.

Lo que sí, es que este libro, en general, me parece un logro dentro de los análisis contemporáneos de la estética, de la historia del arte y de la teoría del arte en general. Esté o no de acuerdo sí nos hace pensar, quizá la función más extraordinaria que un libro puede otorgarnos como “don”.



CÁTEDRA EXTRAORDINARIA
 “Michel Foucault, pensador intempestivo”
(La crítica a la subjetividad)

Semestre 2017-1


Coordinadores:
Alberto Constante,
Marco Antonio Jiménez,
Ramón Chaverry
Proyecto PAPIIT IN403214

Objetivo: Conformar un espacio de diálogo interdisciplinario y transdisciplinario sobre la filosofía de Michel Foucault.

Justificación:
Este curso busca adentrarse en el examen de la filosofía de Michel Foucault, filósofo ineludible para el pensamiento contemporáneo, a través de la reflexión y análisis de diversas formas de abordarlo, y de los puentes comunicantes entre saberes diferentes. El problema del abordaje teórico de la filosofía de Foucault radica en lo inasible de ella, diríamos que es elusiva a los cartabones a los que estamos acostumbrados, desde la elaboración de un método como la arqueología, es decir, el análisis del discurso en su modalidad de archivo, desde el cual se muestra como se ordena el saber de una época para luego radicalizarlo en otro que es la genealogía que se verá como descripción de los comienzos y las sucesiones. Los temas bordean casi todos los planos de la realidad como son la mirada clínica, la historia de la locura, las cárceles, el poder, la sexualidad, el lenguaje, el discurso o la función del discurso como formador de la subjetividad, etc. Aquí intentaremos sólo hacer una invitación a su lectura, a comprender cómo es que muchos de estos elementos conforman la subjetividad y la necesidad de la creación de otras formas de subjetivación
  
Horario:
Días martes de 18 a 20 horas



TEMARIO
9 de agosto
       Inauguración,
        Alberto Constante, panorama general

16 de agosto
        Laura Páez, cinco observaciones de método

23 de agosto
       Mauricio Lugo: Foucault y el poder

30 de agosto
       Rocío de Alva Priego, Ontología histórica                 
Foucault, "Qué es la Ilustración", en Saber y verdad, Ed., La Piqueta

6 de septiembre
        Ramón Chaverry, Foucault y Nietzsche

13 de septiembre
       Marco Jiménez, Foucault, ética y biopolítica     
Foucault, Michel (2010) El coraje de la verdad, México, FCE
____________ (2010) El gobierno de sí y de los otros, México, F.C.E.
____________ (2002), La hermenéutica del sujeto, México, F.C.E.


20 de septiembre
       Cristina Ríos, tecnologías del yo.
Lecturas: Tecnologías del yo, Paidós, pp. 66 a 94.
Séneca, Sobre la tranquilidad del alma, http://www.biblioteca.org.ar/libros/531.pdf
Platón, El Alcibíades

27 de septiembre
       Donovan Hernández, Verdad y Gobierno

4 de octubre
       Alan Arias, Racismo en Foucault, una deriva

11 de octubre
       Leticia Flores Farfán, Parrhesia y tragedia 

18 de octubre
       José Ezcurdia, Foucault y Deleuze

25 de octubre
       Francisco de León, Foucault y la literatura
Lecturas: El lenguaje al infinito y El pensamiento del afuera


8 de noviembre
       Román Suárez, Foucault y el cine

15 de noviembre
       Yolanda Angulo, Las artes de la existencia

22 de noviembre           
         Luis E. Gómez, Por los senderos de la biopolítica. El recorrido de una noción compleja            
CLAUSURA


Universidades y Facultades participantes:

Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM
Facultad de Filosofía y Letras
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
Facultad de Estudios Superiores Acatlán
Universidad del Claustro de Sor Juana
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla